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La soledad de las etiquetas

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En ocasiones, nos encontramos con personas con las que compartimos una conexión. Puede ser un gusto compartido por una película, un equipo de fútbol, o tal vez un amigo en común o haber asistido a la misma universidad. Esta afinidad inicial nos hace sentir una sensación de cercanía, como si fuéramos más similares de lo que realmente somos.

Sin embargo, ¿conocemos al otro cuando proyectamos esa etiqueta? Cuándo estamos de acuerdo con la etiqueta ¿estamos realmente de acuerdo con toda esa etiqueta, o solo con nuestra idea preconcebida de ella? Este sesgo de atribución puede llevarnos a atribuir al otro una serie de características basadas escasas observación.

Pero creo que somos más que lo que elegimos comer, el color de nuestra piel, dónde nacimos, los genitales con que nacimos, nuestra conducta s3xu4l o de comida.

El proceso de conocer al otro va más allá de las etiquetas superficiales. Implica abrirnos a toda la “otredad” del individuo, explorando sus pensamientos, sentimientos y experiencias más allá de nuestras suposiciones iniciales.

Quien solo conoce desde la proyección de las etiquetas, en realidad no conoce, solo confirma sus juicios en la soledad de las etiquetas.

Quizás lo hace consigo mismo/a. “Soy intensa”, “Soy Inútil”, “Soy peeenca”. ¿Qué queda si nos conocemos incluso a nosotros/as mismos desde la soledad de las etiquetas? Quizás un vacío, y no me refiero a la vacuidad que surge de la interdependencia, de la miríada de las cosas. Me refiero a un vacío desde el aislamiento, quizás desde un lejano cerro, desde un alejado ideal.

Quizás las etiquetas tempranamente ayudan a una comprensión inicial, quizás a dar cierta regularidad a la ambigüedad e incertidumbre del mundo. Quizás a generar ciertas teorías del otro (o de la mente del otro), que se va enriqueciendo mediante tácitas inferencias bayesianas y estructuras jerárquicas. Pero la realidad solo es posible al enriquecerse de la experiencia con ella, o chocar con la resistencia que ofrece. Esta es la raíz práctica de la realidad.

La práctica permite reconocer el presente en su totalidad, fuera de etiquetas, de abrirse a esto en aceptación radical. Permite superar la soledad de las etiquetas. Cultivar la confianza en la incertidumbre, sin tener que escapar a las montañas.

Al final, encontramos un verdadero (inter)cuidado en la aceptación radical del presente, más allá de las representaciones y las etiquetas. En este proceso reconocemos nuestra humanidad compartida.