Skip to content

Hay una lepidóptera

  • by

*Primer lugar en cuento premio Centro Humanidad – Universidad del Desarrollo. Publicado en revista Academia.

Hay una lepidóptera[1] en mi habitación. Me gusta llamarle ropalócero[2] aunque sé que este ordenamiento ya está pasado, dicen que es artificial. Por lo mismo sigo usándolo, admite su artificio, su mera especulación degenerativa, su mera elocuencia de sobre mesa, para al final del día no descalzarse los cepillos ni lavarse los dientes con zapatos. Aunque la pura imagen del uso retorcido de los elementos, al borde del absurdo, rompe el voto de silencio de la usurera utilidad llenándose la boca de carcajadas arbóreas.

La veo con su probóscide[3] elefantiásica que se estira torpe golpeando los adornos de la mesa para volver a su forma de espiritrompa[4], con una delicada torpeza movida por el entusiasmo que pocas veces se ve en la de su especie, asustada con sus alas de papiro antiguo, tambaleando hasta quedar sobre la cama, exhausta de una lucha inútil. La veo y entiendo la tentación de unir. Unir los hechos aleatorios de su vuelo para llegar a mi cama, de unir las tramas que forma la pintura espontanea sobre la tela que dejan de ser pintura, o las nubes en el alto cielo, con sus stratus y sus nimbus que dejan de ser nubes para que de pronto aparezca un rostro entre las masas etéreas o frente al espejo o en el recuerdo. Un rostro en el recuerdo de cada acto de tu lánguido cuerpo, acto que de pronto toma la forma de lo bueno, y luego la pregunta de qué es lo bueno,  creencia silenciosa, implícita, motiva al acto, da forma al vapor y su entropía, voz silenciosa, que une acto a acto, dialogo tácito del acto, sobre el acto, hacia el acto, guion cinético, guion del guionista y del director inmutable, voz que relata coherencia, que aspira realidad, ya sea olvidando el viento para sentir el movimiento del árbol o creer en Aleph como un real descubrimiento científico, como si a la realidad no le importara la ignorancia o lo concreto, voz que une nuestras vidas desde el estropajo de existencia que hicieron de nosotros, alucinación de totalidad, psicosis, al final todos somos esquizofrénicos, algunos escuchan la voz y otros no.

Leidopetra, ropalocera, me gustaría poder escribirte o pintarte, para que te veas como un reflejo fuera de ti, que se sueña viendo el propio capullo desde el cielo antes de nacer, que te vieras entre tu vuelo y espiritrompa, tu forma espontánea de hacer lo que haces con tus giros y tus ángulos, y lo que debes hacer para actuar como la idea de ti, ser tu misma ,te dices, cuando el tú misma, es tu madre, tu casa, y tu tierra, no hay tu misma, ni tie-rra-bal-dí-a, no hay hojas en blanco, ni olvidos infinitos, solo evasiones, negaciones, verse desde el puente, o el río cayendo al rio, para alejarse de sí, en la idea de si, porqué de porque, dice. La verdad no se que es mejor, quizás ninguna de las dos, ni querer ni deber, ni lo espontaneo del ser ni el deber del ser, habrán ensayos para cada uno, cientos de ensayos y palabras, cientos de palabras y fritanga y chimichurri, cualquier bolo estítico que dejara a tantos sentados con los pantalones abajo. Pero tu estas letárgica sobre mi cama a diferencia de estos tiempos en que solo se encuentran Polyommatus icarus[5], con sus tonos de azul gastado de tanto vuelvo de cama en cama, en grupos abigarrados, desplegando colores de atracción cobarde esperando y no esperando, deseando y no deseando, que se le aisle del grupo en alguna rama lejana del tronco, debajo de una hoja o entre corteza humeda, para que en el borde del deseo concreto se aleje aterrorizada, como sueño frustrado, para volar de nuevo y posarse boca abajo con sus compañeras, volviendo a la risitas nerviosas, los excesos de néctar y en tantas ocasiones la comida putrefacta de algún cazador.

Te veo y a veces apareces como lepidóptera ditrisia[6], con receptáculos sensuales llenos de fruncidos señuelos olfativos, tentación carnal como puerta a la salida venidera de profundas raíces en la tierra de los hombre. Como aquella tarde de Colobura y de Dirce, donde te tomabas de la corteza del árbol como a una cadera. Los tonos dorados del sol a tres cuartos bajaban hasta posarse entre las raíces salientes y los pasos de la bailarina. Sabía que estabas al otro lado. Daba vuelta inútiles alrededor del tronco pero no veía tu rostro. Habían atisbos de tu fragancia ente los giros, a veces un mensaje entre la corteza magullada o una florcita recién cortada que sobresalía entre los renglones de la madera, de repente un el rasguño desesperado, el grito y aun mayor fuerza contenida, aferrada al tronco ya no como caderas si no como el ultimo abrazo de una madre tierra que despide a su hija, te escapaste, y nuevamente al tronco, girar, era como un suicida buscando su muerte, en una danza de vuelta en vuelta. Ahora tan tranquila, en somnolencias eter-iformes, créeme que quiero en que esto sea la muerte que llega como un cuervo, que pedía disculpas por picotear a un cuerpo que solo estaba dormido.

Créeme que no hay proceso corto. Si no que esa serie de errores y de voces. No eres la primera ni serás la ultima, una más al insectario. Antes veía a lo largo de mi vida esta extensa y agotadora taxonomía, sutil y efímera de la que yo mismo era parte, que se derrumbaba tras cada olvido o cansancio desdichado, entonces me encontré con la posibilidad de todas las posibilidades, el encuentro fugaz con una compañía eterna, detrás de todo sueño y de todo paso, menos del suicida fallido. La muerte es posible en cada calle y cada juerga, la muerte es posibilidad de todas las posibilidades, pero el suicida frustrado, busca en cada peñasco, en cada soga el fin, pero cuando esta se rompe o el vacío cambia su fondo por el de un colchón o una cama inflable, el llanto del homicida frustrado se mezcla con la risa de la muerte escurridiza, y le dice te acechare un dia más y Heidegger se sacara sus lentes, frunciendo el seño para decirme “Fick dich” o “Du bist verück”. Pero que es la muerte para un alfiler y un buen preservante. Será literatura o será pintura, en mi caso es diferente, te tengo a ti, tu cuerpo y mi mesa.  Aun tengo el recuerdo recién florecido de primer grado y la oruga plantada con un alfiler frente al pupitre. La linfa verdosa del orificio central, ya estaba pegajosa al borde del secado por el tiempo pasado. Las  ultimas diapositivas somnolientas del profesor enseñando el próximo encuentro biológico con el interior de este artrópodo desdichado, con sus antenas cabizbajas rasgos del ultimo espasmo al momento del punzón. La oruga en la mesa de la historia, y el bisturí cortando sus capas, disecando las membranas que conforman al ser verdosos y móvil, gelatinoso interior desparramado en la primera incisión, corte de epitelios, vislumbran los vasos, y más linfa brota fría y pegajosa, vierte su interior despojado de cuerpo y dignidad, plasma chorreante entre los órganos primitivos, padre de futuras filogenias, inspiración de mutaciones insípidas y no tan insípidas. El bisturí han sido varios oradores de sobre mesa, Freud, Jung, Breuer, Austang y Lacan. Alport, Salome, Klee y todos las insípidas incisiones que dejaron desnudo al hombre. No olvidar a Watson y Pavlov con su perrito, y las visiones románticas de poetas y otros no tan poetas ni románticas. Se encontraron con que se podía cortar al hombre, separar entre los mismo y lo otro, profundizar capa a capa, de esta oruga descompuesta, llegar hasta el centro, una esencia con el corazón en la mano, el cerebelo con su forma de árbol imbricado y el cerebro tan denso entre neuronas, glías y dendritas, siguieron sacando capas hasta que encontraron que la oruga no es sin su hoja ni su árbol, no es sin ser mariposa a futuro, sin ser larva, ni huevo, no es sin el alimento y sus antecesores, que le evolución, que la selección, que la genética, la ética y la estética, la hermenéutica la cháchara y la nada, y la historia es capa tras capa, error tras error, azar tras azar, y que la historia no es más que un recuerdo equivocado, un olvido trastocado, y que la historia es continua y descontinua, es y no es y podría y es probable y quizás y tal vez y todas y ninguna, y la genealogía de las cosas y que la microfísica y el poder y que capa tras capa del sofisticado y árido bisturí deja a la oruga vacía, sin capa ni linfa, sin jugo ni sombra, lo deja aislado, cuan partícula utópica y la oruga ya no es oruga, es disección de la nada, y viene la angustia de ser nada y de dónde venimos, y el origen y dios y todas esas burradas. En ese momento en cuando se detiene la mano intempestiva, para darse cuenta que estaba cortando el cemento del suelo, había atravesado la oruga, la mesa y el aire. Pero ya era muy tarde. Se habían quedado sin oruga y cayeron estrepitosamente contra el suelo. Para mi y para ti es demasiado tarde, tu cuerpo sudoroso, mi voz obsesiva, tu eter-ofila, mi impulso a lo eterno, tu somnolencia sobre mi mesa, un punzón en mi mano, y un mechon de tu cabello, mi lepidóptera, para mi colección.

F.J Villalón L.


[1] Orden de insectos de metamorfosis completa, casi siempre voladores (algunas tristes excepciones), llamadas mariposas.

[2]Antigua suborden que juntaba a las “mariposas diurnas” aunque fue desechada por ser demostrada artificial.

[3] Apéndice alargado y tubular en la cabeza de un animal. Más conocida como trompas o trompitas.

[4] En los elefantes se le llama trompas y en las mariposas espiritrompas.

[5] Mariposa azul común duermen en grupos de hasta 5 mariposas. Cuando una pareja de mariposas se encuentra lista para reproducirse, el apareamiento ocurre inmediatamente sin ningún tipo de ritual de cortejo.

[6]Clase o sub sub sub orden de lepidópteras donde la hembra tiene dos orificios sexuales, uno para el apareamiento y otro para poner huevos.