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Fármaco

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Del griego Pharmakon “Veneno que cura” o cura que mata.

*2do lugar cuento Centro de Humanidades – Universidad del Desarrollo. Publicado en Revista Academia.

Ví a Yaku corriendo a la gruta principal. Con sus pies cubiertos de cuero gastado daba sancos que marcaban la arenilla roja como los astros de antaño. Venía de las siembras, detras de la última colina, donde estaban menguando la tierra desde hace algunos ciclos atras. Los vientos hablaban agitados a esas horas sobre lo que sucedía, pero eran turbulentos y no era posible comprender la noticia, por eso decidí asistir personalmente.

En la entrada de la gruta me encontre con dos madres resguardando de los extraños. Sin posibilidad de flanquearlas con mi palabra, decidi sentarme a esperar, de todas formas, tarde o temprano vendrían.

Yaku era quien ordenaba todo en este lugar. Daba nombres a las cosas y sabía escuchar. Decía que la gente creaba sin saber de su divinidad con solo hablar. Que por la boca nace y muere el pez, el perro y los gatos.  Decía que, al igual que en el juego de los niños, en el cual van transmitiendo uno a uno en la oreja del otro una palabra para ver como se transforma en el camino y reirse finalmente con el resultado de sus incompresiónes, se van formando los verbos imperativos de nuestra gente, olvidando el camino de errores y pateticos desentendidos que van sedimentando en el cuerpo. Pero cuantas señoras los necesitan, para no transformarse en arena en los momentos de tormenta. Cuando nos quedabamos en la noche solo los del gran clan, bebiendo de las hierbas sagradas, decía que por la boca nacían y morían incluso los Dioses. Solo después de esas converaciónes entendía el sentido de refregarnos después de cada reunion la tierra seca sobre la piel desnuda. No hay desamparo, que caricia de madre no cure.

Ya cuando el sol se cortaba entre las colinas al igual que mis meditaciónes, oí la voz de Zapine llamandome. Como esperaba, buscaban mi ayuda en la gruta. Zapine se veía cansada. Había pasado gran parte de la noche en guardia. Sin más comentarios me llevo al interior, alumbrado por unas antorchas.

Se veían varias sombras al fondo mientras me acercaba. Las figuras estaban al rededor de un lecho en el suelo. Algunas  incadas y otras sentadas, menos una que caminaba de lado a lado de forma enérgica. Era el caminar de Yaku.

Al mirarme se acercó y tomo mis manos en silencio. Su rostro pedía mi ayuda.

Al estar junto al grupo me oermitieron el paso para ver el lecho. Sobre un cajon lleno de paja cubierto de cueros, el rostro perdido, mojado, con los paños humedos que las madres cambiaban, el cuerpo febril, las mejillas coloradas. Tiritaba a momentos, mientras cambiaba su rostro apretando los ojos y los labios.

La madre de mi izquierda puso su dedo en mi frente, dandome el permiso para intervenir. Yaku apoyo su pesada mano en mi hombro y dió un par de palmadas agradeciendo.

Era Itán, hijo de Yaku. Yacía enfermo hacia varios días. Ya no se levantaba y pasaba gran parte del tiempo tendido en el suelo. Su cuerpo se escurría en sudor, se escurrian sus piernas y sus fuertes brazos. Pero sobre todo se escurrian sus palabras. Las madres me contaban que hace un tiempo empezó a cambiarles la forma. Luego empezó a decir menos. Las pocas que decía, aunque eran nombres de objetos, no tenian sentido. Por ejemplo, un día al preguntarle como se sentía empezó a gritar, bisilla, bisilla. Las madres, sin saber que quería, le trajeron esa hermosa flor que crecia junto al aroyo. Itán al verlas tiró las flores por la ventana. Estaba empeorando. Me decían que desde ayer empezó de decir palabras que nadie conocía. Las madres empezaron a sentir miedo.

Luego de haber escuchado todo esto me paré y empeze a caminar meditatibo mientras me miraban. Yaku me tomo con su brazo sobre mi cuello y me llevo lejos del lecho para decirme sus preocupaciónes. Pensaba que su hijo trataba de decirles algo, quizas era un gran creador, más divino que otros y que en su delirio estaba cambiando las cosas. O quizas su espiritu turbado había mezclado letras, escupiendolas desordenadas. Me mostro en la pared varias letras de una palabra, dispuestas en diferente orden para tratar de entener lo que decía, pero no había resultado.

Era momento de volver. La espera sedimenta las ideas en tierra firme como un rio que se seca en verano. Yaku me llevo a la entrada y me despidio pidiendo que le informara pronto. Yo levante mi mano girandola en circulo sobre mi cabeza, como dice el dicho “el pelo se mueve cuando el viento llega”. Apenas llegará la inspiración iriá a contarles la nueva.


Un sorbo de hoja caliente mientras pensaba en el niño. Buscaba algunos signos o figuras entre los escritos que fueran esclareciendo el problema. Encontré losiones y baños para las altas temperaturas, ungüentos y empastes que se usaban en ocasiónes especiales, brevajez y tónicos fuertes para usar de revitalizantes , pero ninguno servía para el niño.

Había visto delirios similares en ancianos. Pero eran ancianos que lentamente perdían su escencia. Cuando me encuentro con estos temas y estos limites vuelvo a recordar las preguntas de los niños. Si las nuebes se transforman en lluvia, ¿a donde van a los recuerdos de los hombres en sus últimos días? Los atisbos de una vida quedan callados en el descanso y el sueño. No hay alimento ni hierba, no hay brebaje ni antidoto. Es una vuelta del alma, como si la mariposa volviera al capullo o el sapo al renacuajo. Se vuelve la arcilla al rio, despojandola de forma, arrastrando los pedazos, se desintegran y bajan al fondo para volver a ser los sedimentos de las corrientes futuras. Y aquellos que han vivido temerosos, ajenos al riesgo de la buena caza o el sabor del triunfo en la soberanía, aquellos que han dicho, mejor esclavo que muerto, llegan a esos últimos días cansados de tanto descanso, aquellos que no han saboreado ni vinos ni carnes, aquellos que han magullado incipidos maderos de supesta salud o tragado a arcadas las linfas de augurios ajenos, llegan contemplar un fin lento y en vida, a contemplar el paso del viento en su cuerpo de polvo, hasta que  se vuelan sus ojos en arenilla para posarse como legañas en otros. Es el claro llano donde jugamos. Como si fuera el sustento de toda posible acción. “Si. Nos vamos a morir, ¿ahora que hacemos?” Es preferible mil tentaciones fatales que una larga bocanada de opio.

Me encontraba al borde de los temas que limitan la locura. Quienes los reflexiona se encuentra reordenando aquellos verbos que han sedimentado en el cuerpo con el tiempo y que un cambio sutil en ellos llevaria a desatar en nuestra sociedad llantos incontrolados, sin razón aparente, flujos retrogrado con malestares de baño y noches en vela por ansias y angustias. A fin de cuentas, todos aquellos males que por ahora duermen acobijados por esos verbos en el alma de tantos. Me encontraba en todas esas cavilaciones, saboreando respuestas que no lograba condensar en mi vaso, respuestas que hubieran sido necesarias si no fuera por lo que ocurriría al día siguiente.

Era de madrugada. Una madre vino a mi puerta agitada. Me pidió que valla con ella urgente. Luego de vestir, un leve trote con la brisa matutina hasta llegar a la entrada del gran camino a las afueras de nuestras casas. Me indicó con su dedo el fondo que se perdia. “Sigue el camino y rápido. Yaku tomó una desición ayer en la noche y hoy partió camino a las afueras”.

Mi paso ligero seguía  el gran camino con sus curvas y sus rectas, entre las hierbas a los costados y rocas inmensas, cortadas con la precicion del tiempo y la lluvia. Mi aliento se mezclaba con la briza, refrescaba mis pulmones jadeantes. Lentamente, a mi paso, el sol volvía a su guardia en lo alto del cielo permitiendome ver a lo lejos unas siluetas que se acercaban a toda prisa hacia nuestro hogar. Las figuras confusas, mostraban su escencia. Un par de caballos al vuelo cargaban una especie de caja o de casa con dos ruedas a los costados. Levantaban el polvo a su paso. Sin saber que hacer levanté mis manos, agitando los brazos como señal de aviso. De pronto de la caja se asoma una cabeza. Al acercarse distingo el rostro endurecido de Yaku.

Ya en nuestro pueblo, Yaku me llevo bajo un arbol. “Estos hombres son de afuera” dijo, mientras me miraba buscando aceptación. “Estos hombres me han ofrecido su ayuda para curar a Itán”.


Estimado comandante J.,

Le tengo buenas noticias. Después de meses tratandode encontrar una vía para entrar a esta comunidad, uno de ellos al parecer su líder acudió a nuestro despacho en busca de ayuda. Viendo esta oportunidad armamos rápidamente una carreta con todos los elementos necearios para esta campaña. Epecialmente medicamentos, ya que pareciera que uno de ellos estaba enfermo. La  tripulación esta formada por los cabos M., y K., el ingenieroB., un cura, un médico y mi persona.        

En el camino a la comunidad entablamos conversación con el hombre que se acercó, al parecer llamado Yaco o Yacu, el cual se mostró dócil y en apariencia confiado de nosotros, lo cual nos dió beneficios ya más avanzada la campaña. En el camino subió otro hombre, más joven pero compartian respeto entre ambos. Vestía con más indumentaria que el tal Yaco y usaba tintas para pintarse el rostro.

Nuestra primera impresión fue grata, ya que fuimos bien recibidos. Al preguntar por el líder no obtuvimos respuesta. Al parecer no tienen una organización fija, y los hombres se gobiernan por la fascinación que existe entre ellos y el bien común.

Los primeros días nuestro médico tuvo un mal entendido con la gente del lugar. Su amplio conocimiento se limita con su tórpido hablar tartamudo y una sordera debida a su desatención. Tal fue el caso que al preguntar por el nombre del niño enfermo, escuchó mal y al repetirlo dijo “Tal…Tal”. Siendo asi como acuñó ese sobrenombre gracioso para el pequeño. Al parecer esto creo gran revuelo entre los habitantes pero debido a la mejoría con las medicinas dadas quedo solo en un murmullo entre las señoras.

Y así fué que mientras se ocupaban del enfermo, nosotros conocimos el resto del lugar, sus cultivos, sus métodos y su cultura.

Gran acierto fué el de traer al ingeniero B., ya que su porte y sus ideas lograron convencer a los campecinos que trabajaban los huertos de aplicar nuestra tecnología. Y asi fué como el equipo de riego, el de cultivo y el de separación fueron bajados de la carreta y puestos en campo. Se interesaron por saber como funcionaba cada una de las maquinas, asique fue necesario educarlos en aritmética y física. Ellos ya tenian una buena noción de las leyes de la tierra, por lo cual no fue necesario profundisar. Al mostrar curiosidad por los libros decidimos enseñarles a leer. Habilitamos un yuta para que entraran las madres, hombres e hijos y aprendieran en grupo. Con el funcionamiento del sistema de cultivo, empezaron a tener tiempo en que nos juntabamos y sacabamos algun juego de mesa para pasar el tiempo. Ellos trataron de enseñarnos algunos de sus juegos pero finalmente se quedaron con los nuestros.

Hubieron algunos conflictos después de que llegamos, algunos bebían más de la cuenta y ponianse violentos. Otros robaban el grano que sobraba de los almacenes. Como no sabían como abordar los conflictos que nosotros acostumbramos, mandamos a uno de los cabos para que trajera el libro de las leyes. Así fue como organizamos un sistema de guardia y vigilacia, levantamos un recinto alejado y protegido para dejar a aquellos que causaban problemas. De esta forma habian menos robos y violencia. Nuestra justicia los protegia.

A todo esto, el niño se trató con antibioticos y suero intravenoso volviendo a la normalidad después de unos días.

Por último levantamos casas más estables, con piedra. Dimos ropa y cama , un pozo para los desechos, algo de higene para estos que vivian tan sucios. En otras palabras le dimos la dignidad suficiente para que finalmente nuestro sacerdote les enseñara la palabra divina que les daría sentido a sus vidas.

Con esta buenas le escribo comandante J. Esperando que sean bien recibidas.

Se despide Teniente M.

Estimado Arzobispo R.

Le escribo con urgencia por la situación que esta ocurriendo en la capaña emprendida hace algunos meses en la comunidad lejana detras de los cerros de L.

Se estan suicidando. Aunque no lo crea, se estan suicidando. Encontramos cada día a hombres,madres y niños muertos en sus casas.

Imagine que  el indigena es educado, optimiza, es limpio,salvó a su hijo, se entretiene, esta protegido, tiene libertad, es digno y tiene algo en que creer. Ahora el indigena es feliz,

            pero ajeno.

Esperando su respuesta

Sacerdote C.


¿Qué es de esta tierra que ya no tiene mi huella?, donde mi pie ya no se hunde en el pasto rociado. El asfalto empobreze mi alma. Donde el trazo grueso de mi arado se reemplazo por uno refinado y la linea terrena de mi hija ha sido plantada con semilla ajena. ¿Qué es de la salud para una vida como esta?. ¡Ay!, y a mi hijo le han cambiado el nombre. ¿Qué es de la salud para mi vida que es de otro? ¿Qué es de la salud con nombre ajeno? Es muerte en vida. Es sepultura con cuerpo respirante. Los vientos tan antiguos se confunden con el gris profundo de las chimeneas y los símbolos, lenguaje de nuestros muertos, se vuelve sólo un medio para el grano. Grano sobrante que se vuelve abalorio. Fermenta. Se roba. Grano que en un instante desaparece y termina maloliente en una foza. Nuestros símbolos profanados para ese grano.

¿Qué es de mi hijo sano y los brazos fuertes, si nuestras piernas se vuelven lánguidas? Han dejado de soportar el peso propio. Han cargado las culpas a una mula. Y es una mula imaginaria. Nuestros hombres, nuestro dialogo y nuestras armas quedan encerradas con la voluntad adormecida. Nostros que en otros tiempos amabamos la tierra y deciamos, por la palabra o la fuerza.

Se han creado un reino de pura palabra para soportar su propia miseria. Miseria y sueños cubiertos por la fria piedra que arma su casa. Mejor sería que se cubrieran en sus fozas de higene marchita. Así tendrían algo más propio con que taparse mientras duermen.

¡Ay! Cuanto duele ver mi lluvia quemando praderas o el canto interrumpiendo el silencio. Cuanto duele ver la piedra derribando al árbol y la hoja ahogando al ganado. Así he hablado y así hablo mi pueblo.

¿Qué nos queda hijo mío? ¿Qué nos queda madre, padre y hermanos? Nuestro baile incierto a cruzado un devenir inesperado. Ya no nos que la danza. Mas, nuestra fiel gran madre nos espera inerme entre la maleza. Sus retoños siempre crecerán para nuestras bocas cansadas. Más que carne y más que agua. Comed de sus frutos , es nuestra última cena. Que el veneno de sus entrañas haga gusanos de las nuestras.

F.J Villalón L.